CON QUIEN MORIRÉ
En el principio era el mar en vértigo, el emerger de los paisajes, el miedo, la soledad, la angustia.
Luego fue el asombro, la mirada, la pregunta; luego la voz, los nombres, el lenguaje: las palabras
todas girando como incontables mundos que se queman. El continente americano surgió de las
profundidades con genuina vocación de canto, y pese a la infame mordaza de su historia, América
sigue siendo esa inmensa multitud de voces que dan cuenta de la intensidad del drama que implica
La desmesurada voz de Raúl Zurita –testimonio rotundo de las imborrables huellas, de las
magníficas visiones del delirio, de la imposibilidad de la ausencia, de los millones de muertos
que florecen sobre nuestros paisajes– es un surco fulgurante en el mapa de nuestra poesía, capaz
de congregar a la historia, a la geografía y a las multitudes, para hacerlas partícipes de la dicha,
del duelo y del deseo. La obra total de Zurita constituye, al mismo tiempo, memoria y profecía,
recuerdo y presagio de una comunión radical que se vuelve tangible en el espacio sagrado del
poema. En estas páginas el pasado, el presente y el futuro se funden en el tiempo absoluto que
implica el acto de crear: ese tiempo en que “se suspende la vida, pero también se suspende la
Una eternidad, un segundo, millones de años después, cuando sea nuevamente el mar en vértigo,
el emerger de otros paisajes, el mismo miedo, la misma soledad, la misma angustia, quizá sea el
poema lo único que permanezca intacto, vivo, palpitante.
Luis Méndez Salinas